Turismocracia en el Levante español

Es comprensible que la policía te pare por la calle por algún motivo justificado, aunque bastante inusual. De lo contrarío, es la ideología personal del funcionario la que se manifiesta.

Pedir la documentación a una persona por tener un coche mal aparcado en un lugar “sensible” es fácil de entender, aunque toda acción de estas características implica cierto grado de subjetividad.

Hace tan solo unas semanas que la policía pidió la documentación a un señor-de origen magrebí- mientras compraba en el centro de Madrid. Resultó ser alcalde de la ciudad de Arnhem, en Holanda. No es fácil para un padre dar explicaciones a los niños sobre los motivos de esta solicitud. Ni como reaccionarán los hijos cuando recuerden o les cuenten incidentes de parecida índole.

Situaciones así se pueden contar por cientos cada día en nuestro país. Son micro racismos. En la ventana de una administración. En la parada de un autobús- fuimos testigos de ello- una mujer se limpiaba la hombrera tras sentir la mano de un bebé magrebí. Por supuesto que hay actos loables, como la reacción ciudadana contra una mujer que negaba el asiento en el Metro a una joven con ‘apariencia de extranjera’.

Pero los españoles, por lo general, callamos cuando algunos británicos vienen a practicar el turismo de borrachera, e inundan las calles de orín, peleas y cánticos. En estos casos, la simbiosis con la lengua española es repugnante: balconing, vending y mamading.

El gasto de dinero lo disculpa todo. Es extraordinaria la apatía con la que las autoridades locales se toman el asunto. Pero el turismo aporta un 11% al PIB español.

Algunos señalan que es un motivo suficiente para tolerarlo, pero lo cierto es que también se puede razonar de otro modo: lastra nuestra economía. Fomenta el trabajo precario y temporal, y difunde conductas carentes de civismo. También multiplican los pisos ofrecidos por Airbnb. Toleramos estas prácticas porque en apariencia hay un rédito económico.

La cosa cambia cuando apareces los africanos en las costas de nuestro país. Es difícil de aceptar y asumir la necesidad ajena y la pobreza aparente.

El ídolo es la máscara que ofrece el dinero. Pero es tan solo un velo, de tal manera que la pobreza puede ser honorable, y la riqueza, rastrera e indigna. Por eso es bien ridículo observar a un corrupto con ínfulas. Todos los sabemos. La dignidad de un pobre que acaba de arribar a las costas andaluzas puede resultar admirable.

Tenemos inmigrantes, invasiones y turistas. Y la vara de medir es el intercambio material que obtenemos. Pero es una cuenta grosera, porque toda sociedad próspera se erige sobre el río que las diferencias aportan. África no es un país. Y sabemos muy poco de este continente, incluso de nuestros países vecinos, porque hemos construido una historia de contrarios basada en desprecios centenarios.

Pero la realidad de los africanos es tan rica como compleja. El fracaso no parte de que seamos capaces de aceptar más o menos inmigrantes, sino en lo poco que sabemos de ellos. Obviar el contexto es el verdadero drama. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad también.

La gradación de la pobreza y la calidad humana tiene un cariz latitudinal, de ahí nuestra admiración por los países nórdicos, lo que en ocasiones resulta incomprensible. Es el reino mental de la pigmentocracia.

No debe de sorprender que una octogenaría inglesa se quejara-tal vez con inocencia- por el gran número de españoles en un hotel de la costa alicantina, o de que echaran al actor Ricardo Gómez de un bar llamadoTexas Coyote (Benidorm) por ser… español.

En miles de casos, el turismo consiste en que hordas de individuos se trasladen a miles de kilómetros de su país de origen para beber o tener sexo, de tal manera que se puedan apuntar el tanto del verano. Pero la época estival es el espacio para los mejores sueños, no un vertedero de excrecencias.

Los turistas son inmigrantes a tiempo parcial respetados según su poder de compra. Un turista es un individuo que visita los lugares comunes, se lleva lo mejor del lugar, colecciona una serie de monumentos, y planea su próxima conquista anual.

Un inmigrante africano es una persona que lo abandona todo por un destino dudoso y lleno de ansiedad. Un individuo que decide renunciar a su familia, su espacio vital. Acepta comenzar en Europa una vida sin condiciones previas, ante los ojos de la indiferencia. Su recorrido ha sido una auténtica aventura, y su experiencia, un tesoro. En muchos casos será expulsado, pero una vez iniciado el camino, lo volverá a intentar. ¿Un plan Marshall para África?. Es peregrino, pero necesario. Hay muchas Áfricas. Solo hay que tomárselo en serio.

Las dos figuras-la del turista y el inmigrante- parecen antagónicas, pero en realidad están condicionadas por su realidad material. 

Podemos hablar de un fenómeno económico. En realidad va mucho más allá. Porque toda prosperidad se fundamenta sobre la originalidad de otras formas de vida, y de hecho, es lo que mantiene viva y atractiva a cualquier sociedad. El éxito consiste en conciliar y sintetizar la sociedad del país con todo lo extranjero. No se mide en términos del PIB, aunque termine por beneficiarlo.

El turismo de borrachera es un tumor que lastra la economía, daña el comercio, y perjudica a las comunidades locales.

 Hay que discernir.

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