El documental Yo, Juan Carlos I Rey de España, dirigido por el hispano francés Miguel Courtais, es una retrospectiva contada por un emérito emocionado que no dice nada salvo por sus emociones y silencios. El rey expresa el discurso oficial sin sobresaltos, por lo que no se entiende la decisión de TVE de no emitir el audiovisual hasta el pasado 6 de agosto. Además, el documental está rodado entre los años 2013 y el 2014, cuando no se publicitaron los dineros procedentes de sus hermanos del Golfo. La pieza audiovisual es obra de un pintor de cámara, que ensalza la obra de un hombre que facilitó el tránsito en España desde el franquismo a la democracia. De la anormalidad social y política, a ser un ejemplo para otros países en parecidas lides. Lo improbable fue posible, por eso Alfonso Guerra usa la metáfora del Guernica: de un encargo de la república a un Picasso en el exilio francés, hasta la devolución del cuadro por el MoMa en democracia. La pintura fue trasladada al Reina Sofía, dirigido entonces “por un cura” y custodiado, para colmo, por la Guardia Civil.
A falta de palabras y exclusivas, Miguel Courtais explota con habilidad la cercanía afectiva del protagonista, al que identifica con un tiempo de apertura en el que muchos se reconocen y del que parece que hay que avergonzarse.
Dice Vargas Llosa que el rey “tuvo una infancia extremadamente dura. Sin embargo, nada de eso sale a flor en su personalidad”. Tal vez esa dureza hizo de Juan Carlos un tipo simple y afable, una persona que se identificó con un pueblo declarado juancarlista. En 1969 jura los principios del Movimiento, y se pregunta. “Si, por ejemplo, no hubiera aceptado la posibilidad de ser heredero a título de rey, ¿cómo hubiéramos hecho el cambio que se hizo?”.
Todos los males aquejan a un Juan Carlos de 82 años. Las pasiones amorosas se han mezclado con las comisiones saudíes, y ya son patrimonionacional. La noticia llega en mal momento: desde la Cataluña más cerril se empeñan en comparar a España con Turquía, y el buen amigo marroquí aprieta en las fronteras. Una casa (tan) dividida, difícilmente se mantiene en pie. Los saudíes emborracharon de dólares a Don Juan Carlos, y lo que sucedió después fue un deseo desmedido de vivir una eterna primavera.
Juan Carlos es muy apreciado por los monarcas del Golfo, y desde tiempos del rey Fahd Bin Abdulaziz fue generosamente financiado. En el 2010 el mítico Adel bin Ahmed Al-Jubeir, exembajador saudí en EE. UU. y posterior ministro de Exteriores, justificó en Washington las donaciones ante Arturo Fasana, gestor de la fortuna real. “Solo es un regalo de hermanos”. Un regalo de 100 millones de dólares.
Parece que un mecanismo sentimental se activa cuando los monarcas orientales sueñan con Al Andalus, de ahí su prodigalidad. Pero si los saudíes dan dinero, no es en vano, y desde Suiza sospechan que la actuación del facilitador emérito consiguió una rebaja del 30% de la factura del AVE Meca-Medina.
Para comprender el entramado de influencias familiares y facilitadores financieros hay un término árabe de interés: Wasta, que implica un quid pro quo en el trato entre diferentes partes. Procede de wasata (mediación), y se traduce como nepotismo, aunque tal y como señala el investigador Abdelmajeed Alshalan, sus significados son variados. Se trata de un sistema de arbitraje y mediación, sin embargo, solo unos pocos tienen acceso a estas redes de influencia y a menudo de corrupción, lo que lastra el desarrollo del país. Desde Jordanía, Irak, Egipto y Arabia Saudí tratan de limitar el nepotismo con resultados insuficientes. ¿Es Don Juan Carlos miembro de un clan de la realeza saudi, un mediador, un amigo entrañable o un simple facilitador?
En definitiva, este sistema de influencias es utilizado para asegurar algún tipo de beneficio, bien sea a un miembro de la familia o clan, para una tercera persona o incluso un desconocido. No hay que confundirlo con shafa’ah (intercesión), concepto que invoca la ayuda y el reconocimiento de los derechos legales de las personas con el objetivo de facilitar la cohesión, la solidaridad y el apoyo mutuo.
La necesidad de saltarse los cauces legales son universales; Guanxi es para los chinos, jeitinho para los brasileños dotados de habilidades informales para resolver problemas, en Rusia se conoce como sv’azi, mientras que en Inglaterra usar los contactos y las conexiones es conocido como pull strings.
El comportamiento de los saudíes se enmarca en esta visión de tráfico de influencias. Privilegiaron a un miembro de una familia real (Juan Carlos I) en detrimento del pueblo español, a los que tal vez consideran como súbditos sin derechos ciudadanos.
Los kuwaitíes también usaron su diplomacia del dólar para ganarse el apoyo de España a través del emérito, cuando el diablo de turno (Sadam) invadió Kuwait, y miles de soldados iraquíes quedaron calcinados sin tan siquiera apretar el gatillo.
Juan Carlos I rebosa humanidad, y eso lo saben sus amigos orientales, quienes han abierto las puertas de Emiratos para evitar la actuación de la neutral Suiza. Es curioso cómo estas actuaciones de estos pequeños estados del Golfo debilitan la monarquía representativa en nuestro país, y soliviantan a una España republicana que parece la defensora de ancestrales fueros de taifas asimétricas
Sabemos que el emérito está dolido con Corinna, después de tanto gasto millonario e inútil, pero le haría bien conocer el proverbio árabe “da a tus amigos tu dinero y sangre, pero no te justifiques. Tus enemigos no te creerán y tus amigos no las necesitan».